Uno de los dioses más grandes, importantes, y venerados de la
antigua Mesoamérica: Quetzalcoatl, la serpiente emplumada. Quetzalcoatl en náhuatl,
Kukulkan en maya. Una deidad que no siempre fue un producto de la
imaginación.
Según Lucie
Dufresne, su historia se remonta a los años en que Tollan florecia como la
capital del imperio tolteca. Cuando un huracán provocó el naufragio de un barco
vikingo, el cual terminó únicamente con dos sobrevivientes: Ari, hijo del gran
Erick el Rojo, y Melkof, un esclavo de raza negra.
La leyenda contaba
que Quetzalcoatl llegaría un día del mar, desde Venus (el este).
Gran sorpresa
debió ser para los toltecas encontrar un día en la playa, a un hombre de enorme
estatura, vestido en una armadura brillante, con cabellos y barba roja como el
sol, a bordo de un barco que tenía una cabeza de serpiente metálica (material
no conocido en ese momento por los lugareños). Las señales no pueden ser
equivocadas, éste hombre es enviado por el mismo Quetzalcoatl.
A partir de ese
momento, Ari aprovecha su condición de divino, para escalar dentro de esa
sociedad, hasta convertirse en Rey, pero no solo un Rey, un dios personificado,
el cual es merecedor de los más lujosos palacios, las mujeres más hermosas, los
alimentos más suculentos y las ropas y joyas más finas de todo un imperio.
Sus conocimientos, extraños para los toltecas tales como la
minería y el hecho de saber nadar, lo reafirman como un ser único.
El choque cultural
era fuerte, los sacrificios humanos, las guerras, el comercio, la religión, la
lengua, todos los aspectos son detallados a la perfección por la autora.
Buena narrativa, aunque me hubiera gustado tener un poco la
contraparte, es decir el punto de vista de los toltecas e itzáes, todo el libro
es la narración en primera persona de Ari.